martes, 2 de julio de 2019

§93 La petite grand mort

Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.
            (Jorge Luis Borges, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Ficciones, 1944)
Hay tantos sexos como personas.
            (Sin autoría definida, la considero cita apropiada)

Alguien, a quien llamaré J, me ha señalado que en las aproximadamente cien entradas de este blog aún no he abordado el sexo como tema central. No creo que haya sido por pudor, ni por interés o la falta de él. Quizás por el medio. En fin, le he buscado remedio, trayendo a cuento una película que, si bien en su día revolvió el panorama y ha envejecido muy dignamente, hoy probablemente no se la tenga en la consideración debida. En parte, por una secuela que no debió producirse, en parte, por el sambenito de clásico, que espanta incluso a los trasnochadores. Me refiero a Instinto básico, de Paul Verhoeven, de 1992.
Lo que estoy a punto de escribir puede parecer increíble, pero no me avergüenza: fue mi primera vez con un filme en el que el sexo (no romántico) tenía una función narrativa esencial y no de transición. Una canción, una persecución o una escena de sexo son, para la trama, normalmente prescindibles (se entendería la historia si se decidiera su elipsis o su censura). Aquí casi es al revés.
Este fue el argumento con el que se defendió el director ante la MPAA de la temida clasificación NC-17 (solo adultos), que le hubiera impedido su exhibición en la mayoría de las salas. Para más inri, las restricciones de su contrato con Tristar le obligaban a conseguir una clasificación R (menores acompañados). Lo lograría tras dura batalla con ambas y renunciar a cuarenta y cinco segundos, que pueden verse en la edición europea.
Quien sabe si ya sabía dónde se metía y le divirtió el hermanamiento con otro europeo (mentalidad más que origen) que también había tenido que luchar con las autoridades para mantener algunas escenas de Psicosis (1960):
Se cuenta que algunos censores insistían en que se veía uno de los senos de Janet Leigh. Al cabo de unos días se volvió a presentar para la aprobación, habiendo mantenido los planos, cada uno de los censores invirtió su postura inicial: los que lo habían visto, ahora no lo veían y los que no, ahora sí. La película fue calificada R después de que se quitara una toma de los glúteos de la doble de la actriz (extracto).
En cualquier caso, hay un descarado homenaje al maestro del suspense, sobre todo de Vértigo (1958), que en una entrevista afirma haber estudiado y conocer al dedillo; sin que se le pueda acusar de apropiación, aunque la línea es siempre tenue.
Con estos ingredientes y un guión hecho rápidamente y preñado de errores, construyó un notable thriller en torno al instinto de matar. Aunque en realidad nos cuela, en una línea paralela, el instinto carnal (igualmente básico), con tal naturalidad que puede desplegar todo un catálogo sexual en su magnífica complejidad. Hasta permitirse el lujo de hacer una elipsis del único contacto romántico (lo ortodoxo es heterodoxo).
La elección de San Francisco no es casual, evidentemente, y la reacción furibunda de las comunidades homosexuales que pudiera sorprender, se entiende si se considera que en aquel momento su postura no era ni mucho menos uniforme. Había muchos reparos a la exposición porque la película habla (y mucho) de diversidad, lo no binario, lo no definido o indefinible y desde el punto de vista del malvado.
En un intento por boicotearla, se repartieron octavillas que, aún destripando el final, no pudieron impedir que se convirtiera en el éxito de taquilla del año. Aún así, no voy a caer en la tentación.


El mensaje decía: —¡Catherine lo hizo! (Catherine did it!).
—¡Y tanto que lo hizo!
La película comienza con un auténtico estallido. Un éxtasis sexual seguido de un asesinato tan violento que nos hace olvidar lo anterior. Pero, sobre todo, nos impide percibir que es algo que no nos esta permitido presenciar. Es la visión del asesino (o como mucho la reconstrucción forense) y los datos que aporta no pueden ser menos fiables. Sin embargo, va a determinar nuestra interpretación de la película (hipótesis fuerte).
Eso es la suspensión de incredulidad o inmersión en la trama que la propia Catherine cita. Y ciertamente ella busca esa implicación, que considera vital. Por eso, no debe extrañar su elección de parejas en un boxeador y un roquero o que recree en sus novelas crímenes que, digamos, ha presenciado.
Desde mi punto de vista, poco le importaron a Verhoeven los errores del guión, que le llevaron a prescindir durante un tiempo del guionista y a un intento de reescritura, cuando se dio cuenta de que encajaban en la historia que quería contar. Me explico:
El principal fallo del guión está en que la policía no recurra a cotejar el ADN del asesino (prueba habitual desde mediados de los ochenta, de lo que se puede inferir que la idea original era vieja). Esto hubiera identificado sin lugar a dudas al asesino (en una metalectura, su identidad sexual) y por eso utiliza el detector, falible en teoría.
El siguiente error es conceptual. La descripción del crimen en el libro no da una coartada (alibi) a la autora, si nos atenemos a la definición. Sí es un impedimento para acusarla sin pruebas tangibles o testigos. Lo que nos devolvería al punto anterior.
Por eso se necesita la referencia a sus libros que, al igual que su pasado, la convierten en la sospechosa. Pero entonces ¿qué sentido tiene que siga utilizando un picahielos? No será falta de creatividad (el libro, afirma, se escribe solo), ni creo que sea el arma a utilizar en su nueva obra (lugar que ocuparía la pistola).
Por cierto, tampoco conocemos el final de Love Hurts (El amor duele), pero es dudoso que Pistolero (Shooter) sea su continuación.
Tal como lo veo, que Nicky tenga la oportunidad de leer un fragmento (de nuevo, aunque en otro sentido, lo que no se debe saber) es lo que le va a salvar, restituirse y quedarse con la chica; y es totalmente necesario para que el mecanismo funcione y cargue la psiquiatra con la culpa. La escritora consigue que el final del libro (y la película) incluya las dos alternativas posibles, que parecían antagónicas cuando eran expuestas por los protagonistas (she got it!).
Y finalmente, la peluca. El elemento más prescindible y absurdo. Absolutamente impropio, salvo que exista una sólida razón: ser el disfraz de quien necesita ocultar, negar, desviar su identidad. La prueba de cargo (y falso dilema).
Para quien piense todavía que los detalles tal vez no fueron importantes para la producción, un par de ejemplos. El uso de pseudónimo, de alguien que no oculta nada, como Catherine Woolf (sin duda homenaje de la escritora a Virginia Woolf), o las matrículas de sus Lotus Esprit S4 (2GQI123 y 2GQI124, que no aluden a ningún coeficiente intelectual, sino a genderqueer identity) uno blanco y otro negro, según el día.
Siempre he pensado coches, casas y perros son elegidos por sus dueños, no solo en las películas, como reflejo de su personalidad. Por eso Catherine, que huye de constreñirse, tiene dos casas (una con un Picasso y esculturas que parecen fracturadas y la de la playa, donde prima la armonía, su cubil de escritor), dos coches y dos amantes. Camino de su casa vemos la bahía y el puente Golden Gate, de vuelta al apartamento de Nick, la pirámide Transamerican (denominada a veces por los lugareños “el pene de Pereira”).

Coda final: Repico la pregunta ¿y el picahielos? Ese añadido que no puede ser un final alternativo, sino una pregunta: ¿quién fantasea con un picahielos bajo el colchón?


Sano como una manzana.

lunes, 17 de junio de 2019

§92 El mágico Leteo

Yo, maestro Eckhart, doctor en Sagrada Teología, protesto ante todo, tomando como testigo a Dios mismo, que siempre he rechazado, en cuanto he podido, todo error sobre la fe y toda corrupción de costumbres, ya que esos errores son contrarios a mi condición de maestro y a mi Orden. Por tanto, si se encontrasen proposiciones erróneas concernientes a lo que yo he dicho, escritas por mí, dichas o predicadas, en privado o en público, en cualquier momento o lugar, directa o indirectamente, según una doctrina sospechosa o falsa, yo las revoco aquí expresamente y públicamente, ante todos y cada uno de los presentes...

Hace unos días recibí La escalera de Jacob (Adrian Lyne, Jacob’s ladder, 1990), una película que no veía (creo recordar) desde su estreno y de la que guardaba muy vago recuerdo, salvo por la escena de la bañera, que me hizo revivir un episodio semejante de cuando tenía cinco años y que a mi madre le pone todavía los pelos como escarpias.
Pero no quería hablar de mi experiencia, cuyos huecos han debido rellenarse con fragmentos de la película juraría que mi médico dijo exactamente las mismas palabras, sino de lo que hacía que la considerase equivocada, quizás incompleta pero que dejé pasar, sin más.
Es aquí donde debo incrustar el aviso de que lo que viene a continuación incluye opiniones que no deberían anticiparse a quienes no la hayan visto y tengan intención de hacerlo. Y ya de paso descubrir las manzanas que se han colado en su metraje.


Bien, espero que haya quedado alguien para leer esto.
Mi tesis es que Jacob Singer no muere en Vietnam. Así de contundente.
Cuando vi la película en los noventa, no había los medios para analizar y buscar con tanto detalle, ni yo tenía el tiempo y el ánimo imprescindibles para abordar tal trabajo de forma analógica. Así que pasé por alto algunas cosas que han tenido que esperarme en el limbo.
Pero antes quiero dejar claro un axioma, que me parece universalmente aceptable: el narrador SOLO puede manifestar experiencias basadas en su propio acervo, incluido aquello que ha podido trasmitirle otro narrador (y así sucesivamente), salvo que se trate de un profeta (en este caso son siempre poco precisos o ambiguos) o un viajero del tiempo. Y creo que éstos no vienen hoy al caso.
La muerte de Jacob en Vietnam se habría producido en 1971, como consecuencia de las heridas del incidente del 6 de octubre. Pero:
  • A lo largo del metraje vemos una estampa de la ciudad (skyline) con las infaustas “torres gemelas” (WTC, 1973-2001), una fiesta en un apartamento, donde suenan Lady Marmalade y My Thang, que no se editarán hasta 1974, y un cromo de béisbol de Goose Goosage de la liga de 1973.
  • Jacob es secuestrado de las puertas del juzgado en un Ford LTD de 1975, el primero de una serie con unas luces traseras diferentes aunque intuí lo del coche, el modelo lo obtuve de la lista de errores (goofs) de la película en imdb.—
  • También hay al menos un par de libros anacrónicos, La biblia de las brujas, vol. 1, de 1981 y otro con el título de Chilbirth in America que, al no tener trascendencia en la trama, puede haberlo introducido por error el equipo de arte.
Repasando la biografía del protagonista encontramos algunas lagunas, como cuando su pareja comenta que Gabe murió antes de ir Jake a Vietnam. Al existir una carta del pequeño, en que dice que su madre le reclama dinero, debemos suponer que ya estaban separados.
  • Cuando llegamos a ver las placas militares descubrimos que nació el 14 de marzo de 1945, por lo que en 1971 tenía 26 años, había pasado seis terminado un doctorado en filosofía y ya tenía tres hijos que no son precisamente bebes ¡esto si que es correr!, aunque biológicamente sea posible.
  • Pero la fecha de su nacimiento no le hubiera llevado a Vietnam. En el sorteo de selección (draft) de 1970, para los nacidos entre 1940-45, su fecha obtuvo el puesto 354 y solo se llegó a llamar hasta el 195.
Entonces ¿no es razonable pensar que pudo haber tergiversado la muerte del chaval? Pudo utilizar el trauma como excusa, haber simulado ser opositor antes de ir al conflicto —no dudo que cambiara de opinión después— o simplemente dejar que Jezzy pensara lo que quisiera. Esa mentira le habría llevado a otra y a montar un castillo de naipes.
—Aventurémonos un poco más— ¿Y si en realidad se alistó como VOLUNTARIO y eso le avergonzaba? También habría sido un motivo de peso para el divorcio.
Esto plantearía nuevas incógnitas sobre cuándo pudo morir y mensaje que esconde la película.
  • Ateniéndonos a la trama conspirativa, los soldados habrían sido drogados con BZ mezclado en las latas de comida que transportan los helicópteros de los primeros compases del film.
  • El llamado trastorno de estrés post-traumático (PTSD) es consecuente con un tratamiento a base de fármacos o el consumo de LSD y opiáceos de muchos excombatientes. Y ésta habría sido la mejor fórmula para eliminar cabos sueltos: trastorno ciclotímico, adicciones varias y paranoia que fácilmente servirían para explicar accidentes, homicidios en trifulcas, suicidios y sobredosis de la corta lista de supervivientes.
  • El melancólico y atrabiliario Jacob Singer bien podría haberse convertido en adicto y fallecer de un “mal viaje”. ¿Por qué no un colapso en la bañera de los hielos? Todo lo que vemos a partir de ese punto es delirante y parece fruto de un cerebro al punto de cocción; lo que en absoluto contradice el mensaje de espiritualidad al que apunta el libreto original de Bruce Joel Rubin, también autor del oscarizado guión de Ghost, del mismo año, con el que guarda no pocas similitudes.
En conclusión, el momento final no sería real, representaría la “versión oficial” y con el mensaje del Pentágono a continuación, negando la experimentación con soldados en combate, conseguiría, por contraposición, plasmar una denuncia ¿sutil, verdad?—.
  • Es para estudio que aún hoy no se cuestione la última escena y se asuma que lo anterior es un cúmulo de errores y no viceversa: que el epílogo es una impostura intencionada, cercana a lo que representan las figuras de Escher o la copa de Rubin, utilizadas en la psicología de la Gestalt.
  • Lo que me lleva a reconocer que Adrian Lyne nos ha manipulado a conciencia, subiendo muchos puestos en el escalafón.

M C Escher, Relatividad (1953), litografía.

Lo que si sería sorprendente es que estuviera imaginando que escribo esta entrada desde la bañera de mis padres, con cinco añitos (♫ Oh, sonny boy ♫).

miércoles, 5 de junio de 2019

₰31 El anónimo


Mi apreciado ignorante:

     Nota que abuso de la confianza que depositas en mi por saberte desconocedor de los terribles hechos que se te atribuyen y que, de un tiempo a esta parte, van de boca en boca. Aunque te confío que las personas de tu círculo no prestan oído a tales tejemanejes y, más aún, alejan de ti las sombras de cualquier duda, son los menos, insisto, los que perseveran en poner el foco en circunstancias que favorecen sus propósitos y empañan tus méritos. No entraré en detalles, perversos en sí, pues me avergüenza tener tal conocimiento.
     Por ello, amigo mío (me siento ahora más cercano, si cabe) te recomiendo y casi te apremio a que tomes cartas en el asunto y desbarates la infamia urdida, desvelando lo que, por prudencia, llevas tiempo callando. Piensa en la acusación como parte fundamental en el devenir de la justicia y, ¡por Dios!, guarda tu buen nombre, como haría cualquiera, de la iniquidad. Piensa en los tuyos y en los que no entenderían otro proceder.
     Por último, desconfía de tomar consejo de los que no han desvelado por tu bien ganada reputación y vence tu natural cautela asestando un golpe de gracia. Sabe que tienes la verdad de tu lado y el respaldo de quienes admiran tu determinación y te suscriben.

     Con la esperanza de haber contribuido a tu causa,

     Le Corbeau


Le corbeau
"Nevermore"

domingo, 26 de mayo de 2019

₰30 Entrantes y primeros platos

LEAR
... Sabed que he dividido
en tres mi reino y que es mi firme decisión
liberar mi vejez de tareas y cuidados,
asignándolos a sangre más joven, mientras yo,
descargado, camino hacia la muerte.
Mi yerno de Cornwall y tú, mi no menos querido
yerno de Albany, es mi voluntad en esta hora
hacer pública la dote de mis hijas
para evitar futuras disensiones. Los príncipes
de Francia y de Borgoña, rivales pretendientes
de mi hija menor, hacen amorosa permanencia
en esta corte y es forzoso responderles.

William Shakespeare, El rey Lear, Acto I
Tengo una teoría, seguramente absurda, sobre el verbo repartir: se le tuvo que añadir un prefijo para resaltar lo arduo que puede llegar a ser, cuando se quiere dar contento a todos. Lo que no tengo claro es si la reiteración a la que alude se debe tanto al número de fracasos en el intento, como a la cantidad de fragmentos que suelen resultar, en el bien y en los afectos.
Una de las causas de tal dificultad estriba en llevar implícita una valoración del individuo, que no suele coincidir con la que tiene de si mismo. Y por ello se ha generalizado el uso de las partes iguales; argumento falaz difícil de rebatir al encerrar el siempre esquivo concepto de la igualdad.
No me malinterpretes, no abogo por la preeminencia de facción alguna. Me refiero a la estimación que tiene cada uno de los demás, que solo aspira a ser igualitaria (se diga lo que se diga), y a la justeza en el reparto, que no tiene porqué implicar una forma de justicia.
Hay varios paradigmas a este respecto. En un intento de amenizarlos me voy a apoyar en una hipotética comida que se produce regularmente entre tres personajes, que podrían ser un abogado, un banquero y un contable (lo que me interesan son las iniciales, por lo que podrían ser un árabe, un británico y un chipriota), semanalmente en un mesón. Allí, entre plato y plato, hablan y se escuchan, sobre materiales previstos y aquello que les pasa por las mientes.
Un mediodía se aborda este tema con el siguiente resultado; la reescritura (¡otra más!) de un acertijo clásico, que he rastreado hasta Niccolò Fontana, "Tartaglia", matemático del siglo XVI, y que suele citarse para ilustrar la diferencia entre erudición y saber.
  • La herencia de Abbas
Hubo un hombre, que había dedicado su vida a la cría de caballos, que al ver finalizar sus días dejó estipulado cómo distribuirlos: la mitad al mayor, que tenía familia propia, un tercio al segundo, para que pudiera crear la suya y una novena parte para el menor, que aún disfrutaría de la protección prevista para su esposa y demás miembros de la casa.
Esta disposición no fue bien recibida por los legatarios, que no encontraban una buena solución con el número de animales disponibles.
Según se dijo, consultaron a múltiples expertos que se demostraron igualmente incapaces, hasta que la viuda (y esta es la opción que más me satisface) cedió una yegua, de nombre Aquedah, que tenía para sus desplazamientos. Que si había que sacrificar un animal, fuera el suyo, que era viejo y habiendo cumplido su función en la vida, su fin evitara una contienda.
Y así cada uno pudo recibir lo suyo y se dio por satisfecho, animal alguno tuvo sacrificio y el donado pudo regresar al establo al que pertenecía, demostrando que un mal reparto puede contentar a todo el mundo.

Al terminar el relato, el contable repasaba sus cálculos sobre el tamaño que tendría la yeguada y el banquero protestaba por que no se había tenido en cuenta el valor individual de los caballos, su edad, su sexo o la función a la que se podían dedicar, fallando que se trataba de un reparto francamente desafortunado e impropio de un criador.
Por mi parte, solo añadir que he leído varias versiones sobre el mismo esquema (y se me ocurre otra con los sillones azules del hemiciclo) que me animaron a componer una pequeña adivinanza para aquellos que o bien conocían la anécdota o bien les ha parecido un testamento:
Qué es más grande que todos tienen, todos temen perder y es imposible repartir.
Estudio de caballos de Théodore Géricault




domingo, 19 de mayo de 2019

₰29 El rey Pelasgo

Tantas idas
y venidas,
tantas vueltas
y revueltas
(quiero, amiga,
que me diga),
¿son de alguna utilidad?
Tomas DE IRIARTE. Fábula de La ardilla y el caballo
Tomo prestado el siguiente acertijo y le añado una coda:

El rey de las ardillas entrena a las tres candidatas a sucederle, a saber, roja, negra y gris, escondiendo una bellota dorada bajo una casilla de un tablero de 6x6 que deben averiguar. Para ello entrega una tarjeta a cada una (que no deben revelar, so pena de castigo) en que está escrito un número del 0 al 9, diferente para cada una. El dígito representa las casillas que distan entre las que ocupan al inicio y la que oculta el tesoro siguiendo un recorrido de movimientos horizontales y verticales, no estando permitido usar diagonales, y siempre dentro del tablero (por ejemplo, si la bellota estuviera bajo la casilla de la ardilla negra su tarjeta pondría 0, la de la gris 4 y la de la roja 5).


En la ocasión que ilustra la imagen, el monarca les preguntó, como siempre: ­—¿Ya sabéis dónde está la bellota dorada?­— Y las tres ardillas contestaron: —¡No!— Al unísono. Un instante después la ardilla roja exclamó: —¡Un momento! Sí, ahora ya se donde está.

Evidentemente, en ese momento las otras también supieron dónde se encontraba la bellota. ¿Y tú?

CODA: Si hubiera pasado sólo un poco más de tiempo sin que la roja hubiera cambiado su respuesta, la gris, dotada, además de gran inteligencia, de una vista extraordinaria (en realidad todas se habían percatado de que el rey no había dispuesto ninguna tarjeta con el 6 o el 9, para evitar confusiones), también habría replicado: ­—¡Un momento! Sí, ahora ya se donde está.

Evidentemente, las otras todavía no sabrían dónde situar la bellota. ¡Ni yo! Mi vista ya no es lo que era.



sábado, 11 de mayo de 2019

₰28 El problema del día

BASILIO:
Dadme un caballo, porque yo en persona
vencer valiente a un hijo ingrato quiero;
y en la defensa ya de mi corona,
lo que la ciencia erró venza el acero.
Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, Jornada tercera parte II
Los acertijos son como un chicle pegado al pantalón: si sale solo, bien, si no, te acuerdas de la madre que lo parió. Aunque en algunas ocasiones no puedes dejar de mirar, ni de rascar, aunque se haya despegado, tú no.
Algo así me ocurrió con un acertijo que encontré no hace mucho y que reproduzco aproximadamente:
Un vaquero vino a un pueblo en Viernes, se quedó un día y se marchó en Viernes ¿cómo lo hizo?
La solución me pareció bastante obvia: era “a caballo”. Y no hacía falta mucho ingenio para adivinar su nombre; lo que a la vez validaba la proposición lógica que envolvía la pregunta.
Pero, en lugar de dejarlo a buen recaudo en el olvidadero, no hacía más que darle vueltas y más vueltas. Hasta que caí en que la pista del vaquero me había despistado de algo tan simple como la diferencia que hay entre un día (definido en cualquier diccionario como el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa sobre sí misma y que sabemos que se realiza en 23 horas, 56 minutos y cuatro segundos, a la increíble velocidad de 1700 km por hora) y el viernes, o cualquier otro día, que para ajustarse al calendario tiene una duración estándar de veinticuatro horas. Así que el vaquero pudo salir del pueblo sin recurrir al galope.
¿Y el caballo? No lo sabremos, pero para mí que el jinete era el mismísimo Jim Bridger, un legendario hombre de la frontera que gustaba de narrar historias, a menudo fantásticas, capaz de apreciar la nobleza de un caballo lógico.
Decía que hubo un gran curandero crow que maldijo una montaña y todo lo que en ella se hallaba. Osos, alces y águilas transformó en piedras. Allí incluso la luz del sol y de la luna estaban petrificados.
Jim Bridger viendo que no podría llegar a su destino, propuso a su caballo que saltase sobre el cañón. Este le miró como si estuviese bromeando, puesto que les unía cierta complicidad, pero al ver que hablaba en serio, saltó y pudieron proseguir camino ya que la gravedad también estaba congelada.
El caballo aprovechó para repetir el truco una ocasión que estaba reunido con un grupo de ponys cerca de un precipicio. Jim contaba que nunca había visto cara tan sorprendida como la de aquél cuando comenzó a caer. Era un caballo bueno y lógico, pero descubrió demasiado tarde que en la mayoría de los lugares la gravedad no está suspendida.*
En tal paraje seguro que el tiempo también se había detenido. ¿Era quizás viernes?
Me gusta tanto el concepto que creo que lo utilizaré en algo de cosecha propia. Mientras tanto dejo una cuestión que bien pudiera habérsele dado al príncipe pastor:
Hay una belleza que cumple años cada uno de sus días, pero dime ¿dónde hallarla?
Se ha sugerido que los filósofos de la antigua Grecia animaban a sus alumnos a masticar resina de lentisco para fomentar el razonamiento. Cabría preguntarse si les quedaría pegada al quitón.

Puede hacerse una colección con las inconsistencias de los tiempos bíblicos.
¡Para otro día! 


martes, 23 de abril de 2019

₰27 Un cuarto, cuatro maravedís

Es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que aun con estar hecho cuartos
no pierde su calidad.
Francisco de Quevedo

La debilidad que todo el mundo siente por los acertijos me llevó, un día que navegaba azarosamente por la red, a visitar la página de un diario que retaba a descubrir entre doce monedas aparentemente iguales, una falsificación, un poco más pesada, utilizando una balanza de platillos un máximo de tres veces. Recordé, casi al instante, una historia que siendo niño me había contado mi padrino; uno de los pocos vestigios de él que me quedan hoy.
Versaba sobre un comerciante que había solicitado la hospitalidad de su hogar a un hombre al que se consideraba el más sabio de la región. Tras alabar la cena y como muestra de agradecimiento planteó como divertimento el problema de las monedas, sacando unas relucientes que tenía guardadas en una bolsita de terciopelo; que bien pudieran ser doce y de cobre en aquella versión.
Al cabo de unos minutos, el hijo mayor, que se sentaba a su diestra, expuso que había varias posibles soluciones, aunque si de nueve se hubiera tratado se resolvía con dos intentos, ni uno menos.
A su lado, otro de los hijos añadió que, para una docena bastaban dos mediciones si era conocido el incremento de peso de la falsa sobre una verdadera, partiendo dos, eso sí, con gran exactitud, y aportando una fracción de cada una, por ejemplo la mitad.
Frente a él en la mesa, el menor de los hijos, no había dejado de moverse adelante y hacia atrás. Había calculado que, si no importaba la integridad de las piezas y con diferentes divisiones hechas con igual precisión, se podía deducir del resultado de una única pesada. Dijo simplemente: UNA.
Entonces la mujer, que había estado atenta, aun cuando todavía estaba atareada con el cacharrerío, concluyó que no hacía falta tal despilfarro, ni del uso del tanteo, si se contaba con un fluido lo suficientemente denso para que flotaran las auténticas y que seguramente había otros procedimientos menos arduos con los que observar la diferencia.
Unos y otros comenzaron a discutir en defensa de sus propuestas cuando súbitamente, el padre, que se había mantenido hasta entonces impasible, dio en el tablero un golpe, tan certero que volteó once de las monedas, descubriendo a la intrusa.
Tras la sorpresa inicial y sopesando lo acontecido, el mercader anunció que era hora de retirarse y que partiría temprano, para aprovechar el alba; convencido como estaba de que más le valdría buscar mejor plaza para sus negocios.

Anverso de moneda de cuatro maravedís (cobre),
acuñada a nombre de los Reyes Católicos con
ceca de Cuenca.

P. S.: No habían pasado ni diez días cuando un buhonero pasó por su puerta. Entre otras bagatelas llevaba un estuche con doce monedas de bronce, incluidas dos inapreciables imitaciones...